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De abrazar a Guaidó a forzar su salida a medianoche, el giro de la diplomacia colombiana frente a Venezuela

La cumbre internacional convocada por Petro muestra la nueva estrategia en política exterior

Sebastián Piñera, Iván Duque, Juan Guaidó and Mario Abdo
Sebastián Piñera, Iván Duque, Juan Guaidó y Mario Abdo, en el megaconcierto de Cúcuta, el 22 de febrero de 2019.RAUL ARBOLEDA
Santiago Torrado

El Gobierno de Gustavo Petro ha sellado el giro de su política exterior con respecto a Venezuela. A pesar de que la cumbre internacional para la que convocó a una veintena de países este martes en Bogotá concluyó con una declaración descafeinada y más expectativas que resultados, el amago de crisis en torno a la llegada inesperada de Juan Guaidó evidenció la nueva apuesta de la diplomacia colombiana. El propósito es allanar el camino para fijar unas elecciones con garantías para todos en 2024, pero con una estrategia diametralmente opuesta al infructuoso “cerco” sobre Nicolás Maduro que se proponía Iván Duque.

La fugaz presencia de Guaidó en la capital colombiana ilustra mejor que cualquier declaración el cambio de política. El contraste es nítido. El líder opositor ha pasado de ser recibido como un héroe por tres presidentes sudamericanos en un concierto en la frontera, hace poco más de cuatro años, a que las autoridades colombianas fuercen su salida en un vuelo comercial con rumbo a Miami cerca de la medianoche por haber ingresado de manera irregular al país.

Guaidó se ha acostumbrado a las apariciones sorpresivas. Se presentó al mundo en Cúcuta, en el megaconcierto organizado la víspera del fallido intento por ingresar ayudas a Venezuela el 23 de febrero de 2019, el famoso 23F. Para entonces ya había jurado como presidente interino, contaba con el reconocimiento de medio centenar de países y logró cruzar la frontera a pesar de tener prohibida la salida de su país en un abierto desafío a Maduro. Tras un viaje de casi 30 horas –y aparentemente ayudado por grupos armados–, lo recibieron en el escenario, sobre un puente fronterizo, el presidente Duque, el chileno Sebastián Piñera y el paraguayo Mario Abdo Benítez, todos con el brazo en alto. Al día siguiente, la prometida “avalancha humanitaria” se estrelló en los puentes con las armas y los gases lacrimógenos de los militares leales al chavismo.

Maduro decidió ese día romper del todo las relaciones ante lo que consideró un intento de invasión. Guaidó siguió a Bogotá, donde fue recibido con honores de jefe de Estado, para asistir a una reunión del Grupo de Lima, una alianza de 13 Estados latinoamericanos y Canadá creada en 2017 para promover una salida a la crisis venezolana. Ese encuentro ocurrió en el Palacio de San Carlos, la misma sede de la Cancillería que albergó la cumbre de este martes. Pero, a diferencia de entonces, Guaidó ya no fue bienvenido.

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El periodo de Duque (2018-2022) se consumió en su intento por imponer un “cerco diplomático” para aislar al Gobierno chavista. Algunos de sus primeros pasos al llegar al poder fueron retirar a Colombia de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) por considerarla “cómplice de la dictadura venezolana” y denunciar a Maduro ante la Corte Penal Internacional. Después, impulsar el Grupo de Lima. Su apoyo irrestricto a Guaidó, al que reconoció hasta el último día de su mandato como presidente encargado de Venezuela, elevó la tensión entre dos vecinos que comparten una porosa frontera de más de 2.200 kilómetros. Fueron años de diferencias irreconciliables entre Bogotá y Caracas. Esa estrategia acusó el desgaste de la empantanada crisis venezolana. Duque, que llegó a decir que Maduro tenía las horas contadas, acabó por entregar el poder con las relaciones rotas, sin canal alguno de comunicación.

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Petro en sus primeros ocho meses ha puesto la Cancillería al servicio de la paz total, con la que se propone dialogar con varios grupos armados, incluidos el ELN, la última guerrilla en armas, y las disidencias de las extintas FARC. Esos esfuerzos pasan también por Venezuela. Bogotá encarriló muy pronto el restablecimiento de relaciones con Caracas, sede del primer ciclo de negociaciones con el ELN. El colombiano, que se ha reunido hasta en seis ocasiones con Maduro, promueve que Venezuela regrese al sistema interamericano de derechos humanos y no solo se ha sumado a la ofensiva diplomática para convencer al heredero de Hugo Chávez de sentarse de nuevo a negociar una salida con la oposición, pretende encabezarla.

La cumbre de Bogotá era vista con recelo por mandatarios latinoamericanos que en su día respaldaron a Guaidó, comenzando por Duque. Una decena de expresidentes agrupados en el Grupo Libertad y Democracia, todos de corte conservador, advertían este mismo martes que “puede convertirse en una validación de los intereses de la dictadura venezolana”, que asocian al narcotráfico. “La exclusión de María Corina Machado y la expulsión de Juan Guaidó de territorio colombiano solo evidencia el sesgo en favor de la dictadura”, lamentaba el comunicado firmado por algunos con mandatos tan recientes como el argentino Mauricio Macri y el chileno Piñera. La nueva ola rosa de gobiernos progresistas en América Latina desalojó del poder a Macri, Piñera o Duque, que en su día promovieron un Grupo de Lima que se marchitó con el paso del tiempo. Más al norte, en la Casa Blanca, el vociferante Trump dio paso a Joe Biden –con el que Petro se acaba de reunir–. A la espera de resultados más concretos, la nueva postura colombiana marca también el tono de los tiempos.

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Sobre la firma

Santiago Torrado
Corresponsal de EL PAÍS en Colombia, donde cubre temas de política, posconflicto y la migración venezolana en la región. Periodista de la Universidad Javeriana y becario del Programa Balboa, ha trabajado con AP y AFP. Ha cubierto eventos y elecciones sobre el terreno en México, Brasil, Venezuela, Ecuador y Haití, así como el Mundial de Fútbol 2014.

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