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De Lasso al correísmo, todos ganan con la disolución del Parlamento de Ecuador

El país asiste impasible a la decisión del presidente mientras los partidos empiezan a posicionarse para las próximas elecciones, que se esperan para finales de agosto

Policías hacen guardia afuera de la Asamblea Nacional de Ecuador en Quito, este 17 de mayo. Foto: RODRIGO BUENDÍA (AFP) | Vídeo: EFE
Inés Santaeulalia

La “conmoción interior” que alegó el presidente de Ecuador, Guillermo Lasso, para disolver el Parlamento y pedir la convocatoria de elecciones no se tradujo en una conmoción externa en las calles del país. La Asamblea había amanecido blindada y la capital puso en marcha un protocolo para mantener el orden en Quito, pero todo fue innecesario. El país asistió impasible a la decisión del presidente, que buscó de esta forma una salida digna a su posible destitución en un juicio político que lo acusaba de tolerar la corrupción. Ni siquiera desde el correísmo, sus mayores adversarios políticos, hicieron ruido. El final abrupto del mandato acerca a la izquierda la oportunidad de volver al poder y le evita a Lasso la deshonra de una destitución. Todo el mundo parece contento, aunque nadie se atreva a reconocerlo.

La Asamblea Nacional de Ecuador, que permanecerá cerrada hasta que tomen posesión los próximos parlamentarios, es la institución del país con menor credibilidad. En marzo apenas superaba el 9% de aceptación. Esa es, en parte, la razón de que su disolución no haya generado ninguna protesta, a pesar de ser uno de los pilares del sistema democrático nacional. En los próximos meses, hasta la celebración de elecciones, el presidente Lasso gobernará por decreto sin necesidad de pasar por la Asamblea, una forma que estrenó este mismo miércoles al firmar una reforma tributaria que baja los impuestos a los contribuyentes.

La última jugada de Lasso le ha permitido salir bien parado de un mandato que se le había puesto cuesta arriba. La grave situación de violencia que vive el país en los últimos años ha convertido la inseguridad en una emergencia nacional. Distintos grupos narcotraficantes, con nexos en México y Colombia, han extendido su poder por el país, que atraviesa la peor ola violenta de su historia. La popularidad del presidente no atravesaba su mejor momento.

Dos policías durante un operativo de control en un barrio afectados por la violencia en Esmeraldas (Ecuador), el 28 de abril.
Dos policías durante un operativo de control en un barrio afectados por la violencia en Esmeraldas (Ecuador), el 28 de abril.Vicente Gaibor

Las elecciones locales que se celebraron en febrero fueron un mazazo para él. La izquierda ganó en las principales ciudades y provincias del país, incluido en Guayaquil, la segunda metrópoli de Ecuador, que llevaba 30 años en manos de la derecha. El presidente quiso aprovechar esa convocatoria para lanzar un referéndum sobre seguridad con el que medir su respaldo popular, pero tampoco resultó. Más del 50% de los votantes se decantaron por el no a sus propuestas.

La sombra de la corrupción acabó por acorralar al mandatario, que llegó al poder hace dos años. Un entramado de corrupción en empresas estatales, que acabó señalando a su cuñado, metió al presidente en un escándalo del que intentó mantenerse al margen durante meses sin lograrlo. El avance del juicio político en su contra por malversación, que incluso contó con el aval de la Corte Constitucional ―esta sí, la institución más valorada por los ciudadanos―, lo puso contra las cuerdas.

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En los últimos días, intentó negociar votos a favor entre sus opositores para asegurarse una mayoría que lo librara de la destitución, pero la posibilidad de una traición le hizo tomar la vía de romper con todo. El presidente prefirió irse él mismo que sufrir una derrota y se acogió a un artículo de la Constitución que le permite esta salida. Al anunciar la disolución de la Asamblea y la convocatoria de elecciones, Lasso acusó a los parlamentarios de tener un plan para “desestabilizar al Gobierno, la democracia y el Estado”. Una forma de decir: no soy yo el culpable, son ellos. Las fuerzas armadas le dieron su apoyo enseguida y prometieron mantener el orden público en caso de unos desmanes que hasta ahora no se han producido.

Lo que sigue a partir de hoy es más un ambiente de campaña electoral que de crisis política. En los próximos días, el Consejo Nacional Electoral (CNE) anunciará la fecha de las elecciones, que en principio se esperan para finales de agosto. En Ecuador, las presidenciales son a dos vueltas con una distancia de un mes entre una y otra. La multiplicidad de partidos dificulta una victoria en primera, que hasta ahora solo logró Rafael Correa en 2009, el nombre propio que sigue protagonizando la política nacional a pesar de vivir en Bélgica y haber sido condenado por corrupción en Ecuador, lo que le impide regresar.

El expresidente ha mantenido un doble discurso durante toda la jornada. Por un lado, considera que Lasso miente al alegar el bloqueo y la grave crisis política provocada por la Asamblea; por otro, asegura que esta es la mejor forma de pasar página y decidir en las urnas el futuro próximo del país. Él, que se considera víctima de una persecución política por su condena, busca la forma de regresar, pero mientras tanto sigue manejando los hilos y los candidatos de su partido.

En Ecuador hay dos fuerzas que movilizan a la gente en la calle: el correísmo y los indígenas. Con el correísmo aplacado por una cercanía electoral a la que siente que llega con ventaja, todo el mundo estuvo pendiente de la decisión de la Conaie, que representa a los indígenas y había advertido de que llamaría a la protesta en caso de que se decretara la muerte cruzada, como se conoce la figura constitucional que invocó el presidente. Sin embargo, en un comunicado este miércoles, se han limitado a decir que estarán vigilantes para movilizarse en caso de que el presidente se exceda al gobernar por decreto, pero han descartado echarse ya a las calles.

La imagen de los militares y la policía rodeando el edificio de la Asamblea al amanecer hizo temer lo peor, pero salvo los funcionarios que se enteraron en la puerta de que no podían entrar y fueron invitados a irse a su casa sine die, nadie más se acercó por allí.

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Sobre la firma

Inés Santaeulalia
Es la jefa de la oficina de EL PAÍS para Colombia, Venezuela y la región andina. Comenzó su carrera en el periódico en el año 2011 en México, desde donde formó parte del equipo que fundó EL PAÍS América. En Madrid ha trabajado para las secciones de Nacional, Internacional y como portadista de la web.

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