Al borde de la mesa hay un libro. Una parte nuestra. Al borde. Quizá se caiga. Parece sostenido por un hilo de luz. Es un pedazo de la historia reciente de la Argentina, que está al borde de todo y en peligro, porque -sabemos- después de la caída final vendrá el olvido absoluto, causa eterna de los peores errores de la humanidad.

Es muy difícil imaginar de forma concreta a la Argentina de hoy. Imposible asimilar que estemos discutiendo dictadura militar si o no. ¡Tan luego nosotros, que fuimos ejemplo universal! Muy difícil tratar de comprender cómo llegamos a no saber que pasará mañana, 19 de noviembre del 2023. Y peor aún, ver que la alegría radica en que una fuerza democrática llegó a segunda vuelta contra lo más oscuro y dramático de la Argentina. Una final de serie gringa con todos los componentes: una elección de un civil contra Masera, Agosti, Videla y Martínez de Hoz, en 2023.

En los años ´80, muchos aceptamos la frase “yo no sabía lo que pasaba” cuando se hablaba de las barbaridades de la dictadura cívico-militar. Algunos lo aceptamos a regañadientes como una forma de superar ese momento y seguir conviviendo, porque finalmente el informe Nunca Más, las Madres de Plaza de Mayo y el juicio a las juntas militares estaban marcando la agenda nacional y ponían a todo el mundo en conocimiento de las torturas, los secuestros, los asesinatos, el robo de bebés nacidos de madres secuestradas, torturadas, asesinadas, que acabarían siendo (en muchos casos) críados por los secuestradores, torturadores, asesinos de sus madres. No hay cómo imaginar algo más perverso y truculento, y quizá la única pequeñísima revancha sea saber que quienes aquella vez dijeron “yo no sabía nada” hoy ya no puedan decirlo. Y no podrán decirlo después.

En medio de esto, hay quienes tiran hilos con los que intentan remendar el tejido social y hablan en subtes, en el tren, en bares. Cuentan sus propias historias afirmados heroicamente sobre el miedo propio. Recuerdan en voz alta, hablan de padres desaparecidos, de madres asesinadas, de ellos mismos sobreviviendo parados firmes ante lo que ahora mismo los inunda: el terror. Detrás de ellas y ellos, lejos, muy lejos, una caterva de políticos, que defienden la democracia cuando no peligra, se declaran neutrales, demostrando que siempre se puede ser más cobardemente miserable en el arte de especular cuál será la cuota que corresponda a ese silencio. Una vez más “la gente” sale a bancar los trapos y a defender las instituciones que tal vez, luego, serán ocupadas por estos “políticos neutrales”. También habrá que aprender de eso.

La enorme mayoría tenemos la vida complicada con el arroz que aumentó un 350 por ciento, los fideos un 250 por ciento, el azúcar un 300 por ciento y el pan, el gas, la luz, y por ahí va la cuenta del resto de los precios aumentados por unas empresas a las que no se les pusieron límites. Pero habremos de saber que quien usa esta realidad para justificar los genocidios, pasados y futuros, es cómplice de éstos.

Cuando escuché por primera vez que el amor vence al odio, recordé a Hebe de Bonafini diciendo “al enemigo se lo odia”, y alguien había puesto el grito en el cielo, condenando el extremo de Hebe. Son los mismos que hoy ni siquiera gimen ante la desproporción de quien niega la existencia de la dictadura y nos ofrece violencia a cambio de votos odiando voz en cuello en una casi cadena nacional privada. Hasta acá nos trajeron. Que cada quien elija su propio extremismo. Por mi lado ya vi dónde nos arrinconaron los famosos consensos con estos personajes.

Hasta acá llegamos hoy, y así llegaremos a mañana, sin saber qué va a pasar. Hasta acá tenemos, como sociedad, daños irreparables. Y las razones fueron tantas como innumerables, y esta realidad será el nuevo punto de partida. A partir de mañana habrá (debería haber) un cuerpo a cuerpo intelectual cargado de una sensibilidad que sin duda excedió a la “alta dirigencia” durante todos estos años, que generó esta nueva forma de orfandad social, cultural, política, histórica.

Esta mitad del país hoy somos los huérfanos, las viudas, los desterrados dentro del propio barrio, por la vía del descuido que acaba en esta irracionalidad, prometiendo empujarnos a las sombras para siempre jamás. Y esto no es una frase dramática, sino apenas un dato de la realidad. Basta mirar las cifras de la primera vuelta y los sucesos de la última semana.

Y acá estamos hoy. Mirando este corso a contramano. Y algo habrá que hacer.

En cualquiera de los escenarios, hay tareas pendientes y urgentes, y todas apuntan a recuperar lo que perdimos: la batalla cultural, en el inimaginado amplísimo espectro, poque ya vimos el resultado: cuando se pierde la batalla cultural, se pierde la batalla ideológica. Y la perdimos. Pero hay quien resiste sin rendirse y por ahí hay que comenzar, y no puede ser solamente una suma de voluntades. Esta nueva carrera donde partimos desde atrás merece atención, ideas, estrategias (así, en plural) y constancia. Es un trabajo que tiene tantas vías como estalagmitas. Y no alcanzará con intentar esquivarlas. Hay que saber dónde están, enfrentarlas, entenderlas y resolverlas. Es un trabajo largo y merecerá -insisto- mucha atención y gente capaz de entender que, por ejemplo, los más jóvenes son quienes mejor comprenden y se comunican con sus pares. Vimos en estos días muestras de eso, para bien y para mal. Y que un conjunto de gente sepa de verdad qué opina “la calle” en todo el país, para que la porteñidad deje de estar tan sorprendida siempre, porque como dijo Simón Bolívar: “primero es existir que modificar”.

Entramos sin duda en un momento crucial de nuestra historia con varios otros problemas, como la economía y no tener, entre otras cosas, una ley que castigue el negacionismo.

Es mucho y no hay cómo ponerlo en duda, pero resulta que en esta bisagra trágica todo es importante y urgente su armado, porque de verdad hay que reparar lo irreparable.