Hace algunos años escribí: “Sería el invierno del 77, o quizás ya estaba por llegar el mundial. Tendría unos 13 años. Estábamos almorzando en familia.

-Papi, se comentó hoy en la escuela que los camiones areneros encontraron algunos cuerpos en la playa traídos por el mar. Estaban un poco comidos por los peces. Qué raro, ¿no?

-También lo escuché. Son marineros que se cayeron de los barcos.

Cuanto viento, cuanta tormenta mar adentro, cuantos andares sobre cubierta descubiertos. Cuantos muchos otros sin poder ver, sin poder verse. Sin querer ver, sin querer verse. Más de cuarenta años después siguen floreciendo las Azucenas que volaron sobre el mar y aroman las luchas que vendrán”.

Cursé la escuela secundaria en Mar de Ajó y esto que acabo de contar, conocido por todos los costeros de aquella época, recién se pudo resignificar años después gracias a la lucha de los movimientos de derechos humanos. Disculpo la ignorancia de mi padre o su actitud negacionista. En verdad no conozco cabalmente el sentido de su respuesta, quizás solo quiso protegerme; aunque él no vivió ningún hecho represivo, el miedo circulaba en todos. Y nadie podía siquiera imaginar tanta crueldad.

Mi padre nunca entendió el sentido de la militancia, nunca participó en nada vinculado con la política, solo recuerdo que estuvo en la cooperadora de la escuela primaria de San Bernardo donde iba yo y que en 1983 se afilió a la UCR para votar por De la Rúa en la interna que ganó Alfonsín, y nada más. Él fue el ferretero de San Bernardo. Y fue mi padre.

El otro ferretero de la zona sur del Partido de La Costa, era y es Gabriel “Pichiquín” Quiroga, quien continuó el negocio de su padre y que aún sigue en Mar de Ajó, aunque ya no es el único de su ramo en el lugar. Venía asiduamente a visitar a mi padre al negocio. Hablaban calmadamente, no competían, sino que se daban consejos y colaboraban entre ellos prestándose mercadería. Mi padre tenía casi veinte años más que él y Pichiquín lo respetaba y lo valoraba mucho, lo trataba de usted y lo llamaba Don Juan. Poco tiempo antes de fallecer, ya jubilado, mi padre recibía sus visitas, una de las pocas que se llegaban hasta su casa.

En uno de mis viajes a La Costa cuando ya vivía en Mar del Plata, supe que hubo dos desaparecidos originarios de Mar de Ajó, y que los dos eran hermanos mayores de Pichiquín. Se llamaban Beatriz y Jorge.

Beatriz fue profesora de filosofía en La Plata, y había estado presa durante la dictadura de Lanusse. Durante los años de plomo les dijo a sus familiares que no iba a caer presa de nuevo. Fue detenida en octubre de 1976 y aún permanece desaparecida. Su esposo, Roberto Porfidio, cayó un mes después en la casa Mariani-Teruggi, conocida como la “casa de los conejos”, también en La Plata. Sus familiares lograron recuperar a la pequeña hija de ambos, María Cecilia, quien actualmente vive en Mar de Ajó y es profesora de danza.

Jorge siguió militando y participó de la contraofensiva en la primavera de 1979, e integra la lista de detenidos desaparecidos de Campo de Mayo. Hace muy poco tiempo surgió una firme versión de que su compañera Marta Ferreyra, también detenida desaparecida, estaba esperando un hijo. Aún no se ha podido saber más sobre ello.

Pichiquín y su madre ya fallecida nunca dejaron de activar en el pueblo aunque con muy poco acompañamiento, siempre se involucraron para declarar en todas las instancias judiciales que pudieron, lográndose algunas condenas, por ejemplo en la recientemente concluida causa de Campo de Mayo.

De nuevo pienso en los dos ferreteros. No debían coincidir en nada, mi padre nunca fue peronista y Pichiquín siempre reivindicó la lucha revolucionaria de sus hermanos, aunque solo ha participado políticamente en organismos de derechos humanos. Me pregunto qué pensaría mi padre cuando él le contaba sobre su lucha. Me consta que respetaba profundamente su dolor, aunque me animo a conjeturar que no lo comprendía del todo. Creo que mi padre nunca pudo pensarse colectivamente, como parte de una lucha social de toda una generación. Me respondo que no sólo tenían en común un oficio y una ética comercial, sino la común humanidad que no era opacada por las diferentes miradas políticas.

Me pregunto si hoy en día dos personas con ideologías tan distintas podrían sostener una amistad como ellos lo hacían. Actualmente pareciera que las diferencias se han ahondado, que algunas cosas pasaron y sospecho que no nos sentimos tan semejantes entre todos.

Hace unos días fuimos testigos de la recuperación de uno de los aviones de los muchos vuelos de la muerte que salieron de la ESMA. Justamente en el que llevaron a Azucena Villaflor y a los demás integrantes del Grupo de los Doce de La Iglesia de Santa Cruz, cuyos cuerpos mayormente fueron encontrados décadas después enterrados como NN en el cementerio de General Lavalle. Celebro este nuevo intento de reparación y de búsqueda de la verdad de los gobiernos comprometidos con los derechos humanos, ofreciendo materialidades para que lo vivido no se esfume con el paso del tiempo. Para que no se pueda negar cuando no haya memoria viviente que pueda testificar sobre esa época.

Hace unos años compartí con Pichiquín algunas acciones de memoria, verdad y justicia en Mar del Plata y me contó algunas cosas de los vuelos de la muerte. Por ejemplo que un joven doctor Dios (sí, se llamaba así) informó en una autopsia que los cuerpos parecían haber sido arrojados de una gran altura, y que poco tiempo después murió en circunstancias no muy claras. También que en 1980 los jefes de los destacamentos de bomberos de La Costa recibieron instrucciones del Intendente de turno acompañado por militares del GADA de Mar del Plata para que no certifiquen legalmente el hallazgo de futuros cuerpos. Y me contó que él fue uno de los bomberos voluntarios de Mar de Ajó que recogió alguno de los cuerpos que aparecieron a orillas del mar entre diciembre de 1977 y la primavera de 1978.

Me pregunto qué sentiría al acercarse a cada uno de ellos, si hubiera querido que fueran o no sus hermanos. Me pregunto cómo soportaría la intriga de saber la identidad, al ver que la mayoría de ellos tenían las facciones comidas por los peces. Me pregunto si quería ir cada día a recorrer la playa o si buscaría excusas para alejarse, o directamente se automatizaría y haría todo mecánicamente.

Me pregunto si Pichiquín hoy en día puede disfrutar de estar en la playa simplemente tomando sol o bañándose en las aguas del Atlántico como lo hacemos todos.