Algunas veces en mi vida, por esta época del otoño boreal, mientras mi amigo Giorgio Arcuri prepara, desde su casa de Milán, su viaje anual a la Argentina, yo, haciendo caso omiso de sus refunfuños, le invado su otra morada, en el casco antiguo de Polignano, un pueblito cercano a Bari, en la Puglia italiana, a orillas del azul más intenso y descarado del Mar Adriático.

Si descuento el baño en el mar, patinando sobre las piedras pinchudas del fondo, la caminata por la vereda costanera llena de sol y de ese azul descomedido del mar, y la foto junto a la estatua de Domenico Modugno, en posición de volar al cielo infinito desde su Polignano natal, lo más original y atractivo del pueblo es el mercado de los jueves.

Los jueves a la mañana, en las dos largas hileras de puestos, a uno y otro lado de la calle que corre paralela a las vías del tren, se puede comprar de todo, desde un vestido estampado o una sartén de teflón hasta una marido, pasando por una planta florecida o calzones con 95 por ciento de algodón made in China al precio de un euro. Mi valija es tan pequeña, que si no, asombrada lectora, compraba también para usted. Las señoras mayores, compren o no compren, se topan casualmente con sus vecinas en distendidos corrillos de chisme y las apenas casadas pasean a sus bebés en cochecitos, relojeándose unas a otras para ver cómo recuperaron, o no, la figura después del parto.

Y de pronto, yendo de un frasco de dulce a una remera de rayas azules, en la tribulación que provoca el solazo del mediodía, la cara conocida de una amiga local que sabe los puntos que calzo, me pregunta si pienso viajar a Roma para la conmemoración de la razzia que acometieron los SS, el 16 de octubre de 1943.

Los judíos italianos son los más antiguos de Europa, donde cuentan una historia de más de dos mil años. Quizá el término ghetto, tal como lo conocemos hoy día, haya nacido justamente en Roma, cuando el papa Pablo IV, allá por mediados del siglo XVI, revocó los derechos que los judíos detentaban hasta ese momento, los confinó tras una muralla con solo dos puertas que se cerraban de noche, les mandó ostentar un símbolo que los identificara, les prohibió ser propietarios de bienes inmuebles y solo les permitió comerciar con trapos (usted, envidiosa lectora de los calzones a un euro, entienda por trapos lo que quiera). Así los cristianos no recibirían sus malas influencias y los judíos se protegerían de muchedumbres que los atacaran, también de la asimilación, y podrían mantener sus costumbres culturales y religiosas sin interferencias.

Avanzada la Segunda Guerra Mundial, el fascismo italiano hubo de sancionar sus propias leyes raciales y, en la madrugada del 16 de octubre de 1943, los SS entraron al ghetto, mandaron a los judíos que se armaran un bagayito para no irse de la casa con las manos vacías y a los dos días los pusieron en un tren rumbo a Auschwitz. De los 1023 que subieron al tren, volvieron a Roma quince hombres y una mujer.

Hechos ignominiosos como los generados por la mente nazi son sin duda únicos en la historia, enmarcados en la sinrazón de su pretexto científico y la matemática ordenada de la ingeniería que los llevó a cabo, pero el sadismo de la condición humana rebalsa maldad si recordamos a los bebés imperfectos que rodaban Taijeto abajo, a Tupac Amaru descoyuntado por cuatro caballos, a los nenes de Biafra que morían con sus pancitas hinchadas por la inanición, las masacres a hachazos perpetradas por los Hutus en Ruanda, los desaparecidos arrojados con vida al mar por la dictadura militar del 24 de marzo, la crueldad de Daesh, los ataques sorpresivos de Boko Anam --el grupo terrorista más letal de África-- si es que a alguien interesa lo que en África suceda. Así es la pasión incoherente de la condición humana.

En mi camino a imaginar a esos judíos asustados que, sin entender qué se quería de ellos, rebuscaban qué poner en su paquetito para ser empujados a no sabían dónde, mi deambular por los renglones los mezcla, en un desconcierto intermitente --usted me dirá si corresponde--  sea con otros judíos masacrados y apresados por Hamas en un kibutz de la frontera israelí, sea con una dama arropada en su hiyab que, sin una gota de agua para lavarse las manos en la canilla de su casa de Gaza, se sentó a poner en poesía el estruendo que la rodeaba.

La noche en la ciudad es oscura --dice-- excepto por el brillo de los misiles; silenciosa, excepto por el sonido del bombardeo; aterradora, excepto por la promesa tranquilizadora de la oración; negra, excepto por la luz de los mártires. Buenas noches. Se llamaba Heba Abú Nada y murió asesinada cuando terminó de escribir.

Recuerdo que hace algunos años, durante la crisis del 2009, Eduardo Jozami decía, en una asamblea de Carta Abierta, del beneplácito con que la comunidad internacional recibió el nacimiento formal del Estado de Israel, sentimiento surgido de la necesidad de hacerse cargo o de reparar o de hacerle un lugar a ese pueblo judío que volvía de su destrucción... más allá de intereses geopolíticos que a lo largo de su historia se han ido destapando.

Hoy Israel es el aleph borgiano de la desesperación de Occidente por seguir siendo el dueño del planeta o caer arrastrando a la humanidad en su desdoroso y cruel derrumbe. Ubicado, al igual que Ucrania, en la línea de puntos que separa al occidente atlantista del oriente que busca un camino alternativo y propio, pretende marcar la frontera entre civilización y barbarie. Pareciera que el Abel asesinado por su hermano en la génesis bíblica hubiera resucitado investido con las barbas de Caín y cuando Dios le preguntó, a ese Abel resurrecto: ¿Dónde está tu hermano? Qué hermano --respondió Abel cainizado-- ¿Yo soy responsable por él? Mis únicos hermanos son los asentamientos ilegales y los gringos de Occidente.

La explosión terrorista de Hamas, al igual que la sinrazón de los votantes de Milei, arraiga, en una primera mirada, en la desesperación del desahuciado, en la ruptura psíquica del que se ve marginado de un futuro posible. Esta apreciación no ignora que Hamas responde a intereses que lo financian desde Qatar, amigo de Macri que publicita en las camisetas de Boca Juniors así como Milei es hijo de los beneficios de importantes inversionistas de las finanzas globales. De manera que una segunda mirada... sembraría muchas preguntas sobre los verdaderos padrinos de acciones atroces pavorosamente inhumanas y propuestas extremas.

Por su parte Europa, que recibió el número cero de los árabes, que fundó su riqueza en la rapiña a los pueblos de América --a la que tuvo el tupé de ponerle nombre-- y el pillaje a los bienes naturales de los africanos, que sustrajo los secretos de las especias de las costas del Índico para ponerle sabor a sus comidas insípidas, eleva su voz occidental y civilizatoria desde la Feria del Libro de Frankfurt para dejar sin efecto la entrega del premio que otorgaría a la escritora Adania Shibli por la pundonorosa realidad de que es palestina y cuenta la historia de su gente.

Los europeos, finalmente, se siguen mirando su ombligo civilizatorio mientras se bajan inconscientes sus calzones a un euro, para ocupar la fuente del pato de la boda, y dejarse masticar por los imperios anglosajones con la soberbia de los infelices.