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Lecturas Dominicales

Jean-Baptiste Del Amo: nueva sangre de las letras francesas

El escritor Jean-Baptiste Del Amo conversará el 6 de mayo en la Feria del Libro, a las 3 de la tarde.

El escritor Jean-Baptiste Del Amo conversará el 6 de mayo en la Feria del Libro, a las 3 de la tarde.

Foto:Julien Benhamou

El escritor es uno de los invitados especiales a la nueva edición del Hay Festival de Cartagena.  

Preciso, bello, poético, profundo, contundente, detallista, orgánico, expresivo, rico, ambicioso, explícito, musical… La crítica francesa no ha ahorrado adjetivos a la hora de calificar el lenguaje que emplea en sus obras Jean-Baptiste Del Amo. Ninguno es exagerado: si bien este novelista francés de origen español cuida al milímetro el argumento de cada una de las historias que cuenta, se ha empeñado en encontrar un lenguaje y un estilo propios. “Lo que persigo como escritor es que cuando alguien abra uno de mis libros, diga: ‘¡Ah sí! Aquí estoy con Jean-Baptiste del Amo’”.
Y lo ha logrado. En sus cuatro novelas hay hilos conductores que revelan algunas de sus obsesiones: la percepción del mundo a través de los sentidos, el cuerpo, la violencia, el sufrimiento, la muerte, la identidad y la familia. Todo eso le viene, según él mismo dice, de la modestia de su niñez en el campo, de la dureza de su juventud como trabajador social y de una afición paralela por la sensualidad del mundo de los perfumes.
A sus 37 años, Del Amo ha edificado un universo literario reconocido no solo por hacer parte de la Colección Blanca de la prestigiosa editorial Gallimard, sino por los numerosos premios literarios que ha recibido, entre los que se cuentan el François Mauriac de la Academia francesa, el Fénéon, el Laurent Bonelli y el Goncourt 2009 a la mejor primera novela, todos por Una educación libertina, así como la nominación en 2017 al Premio Goncourt por Reino Animal.
Hablemos del cuento Ne rien faire (No hacer nada), que fue el que le abrió paso al mundo de las letras.
Surgió a raíz de mi estadía en Burkina Faso, donde hice trabajo social en un proyecto de acompañamiento a niños huérfanos cuyos padres habían muerto de sida. Fue una experiencia muy fuerte emocionalmente. Dos años después escribí la historia de una familia que se enfrenta a la muerte su hijo. La envié a un premio de jóvenes escritores porque me habían dicho que, incluso si el texto era rechazado, enviarían una ficha de lectura con sugerencias. Obtuve el primer lugar. Durante la entrega del premio conocí al jurado, compuesto por escritores, y me dijeron que mi escritura tenía “algo” y que debía seguir trabajando. Fue excepcional. No conocía a ningún escritor, para mí todos los grandes autores estaban muertos (risas).
¿O sea que gracias a eso escribió Una educación libertina, su primera novela?
Sí. En ese momento estaba desempleado, así que me dije: “Vas a tomar un año en el que te vas a consagrar a la escritura, a ver si eso te lleva a algún lado”. Terminé de escribirla y solo pude enviar cuatro manuscritos a diferentes editoriales. Cada impresión, más el envío, costaba como unos cuarenta euros, y no tenía ese dinero.
La herencia de la novela del siglo XVIII es muy clara en esta obra…
Así es. Es un homenaje contemporáneo a esas lecturas de Zola, Laclos, Sade y a la novela de iniciación. En ese momento trabajaba con jóvenes homosexuales que habían sido rechazados por sus familias y sobrevivían en la prostitución. Los acompañé en su reinserción y esta novela se nutrió de sus procesos. De ahí que Gaspard, el protagonista, es un personaje vacío que se transforma poco a poco, a medida que descubre la París del siglo XVIII. Si elegí ese periodo fue porque la distancia temporal me permitía imaginar la ciudad de una manera muy libre, orgánica y fantasmagórica.
¿El trabajo social influyó de alguna manera en sus demás novelas? La homosexualidad está presente en todas.
Es un asunto que me concierne porque soy homosexual y me construí con esa identidad y esa relación con el cuerpo. Nací en los años 80, en una familia modesta, de clase popular del sur de Francia. Los modelos ligados a la homosexualidad eran los de famosos que morían de sida. Es decir que crecí con la omnipresencia de la muerte, la culpabilidad de decepcionar a mis padres y el miedo a ser rechazado. Como escribo sobre el cuerpo y el deseo, no puedo evitar hacerlo de la manera en que los conozco. La homosexualidad me cuestiona menos ahora, porque estoy más en paz conmigo mismo. Sin embargo, la sociedad va en una especie de retroceso al moralismo, a la desconfianza y a la violencia contra la diferencia. Por eso sigue siendo necesario hablar de ello.
¿Cómo es su relación con la escritura?
En mi infancia no tuve acceso a los libros, ni a la música clásica ni a las artes. Crecí en el campo, así que toda mi relación con el mundo se construyó por la vía de los sentidos. Eso es algo que intento restituir en mi escritura. Creo que hay algo muy pueril al escribir una novela: en la infancia siempre nos contamos historias, luego perdemos esa capacidad. Para mí, los escritores son personas que cargan una forma de nostalgia y que intentan encontrar en la escritura una relación con el mundo, con la creación y lo imaginario. Mi forma de expresión es hacer hablar al cuerpo y darle al lector la impresión de vivir una experiencia física a través de la lectura.
¿La escritura como una prolongación del cuerpo?
Sí, aunque es algo que me gustaría cambiar. Mi relación con la escritura es muy instintiva, invierto mucho de mí en ella. No pienso mis libros en términos de mensaje o de teoría, sino en mis obsesiones, mis imágenes y mis personajes. La escritura moviliza algo interior que logra un efecto físico sobre mí. Escribo novelas que son un poco oscuras, supongo que es porque tengo que evacuar esas inquietudes. Nunca escribiré algo solo por divertirme. No me gustan los libros cómodos, eso que Sade llamaba la literatura reconfortante. La literatura no debe tener vocación consoladora, sino ponernos frente a la realidad de nuestra humanidad, que casi siempre es desestabilizante y desagradable. Pero sí creo que tengo que aprender a tener una relación más apaciguada con la escritura, para preservarme.
¿Preservarse?
Soy una persona que somatiza muchísimo. Cuando estaba escribiendo el final de Una educación libertina, al protagonista le ocurre algo en el vientre. Pues resultó que, al terminar la novela, se me desencadenó una apendicitis.
Su narrativa es muy visual, ¿esto es una influencia del cine y la televisión?
Nunca vi cine clásico, más bien popular. Llegué tarde a la literatura de los clásicos, pero leía mucha literatura popular. Era un fan absoluto de Stephen King y esas influencias me dieron un gusto por una escritura visual. En mi último libro abandoné la psicología de los personajes para avanzar hacia una forma literaria basada en la sucesión de imágenes. Prefiero el gesto que el pensamiento para explicar
menos las emociones y sugerir más sobre la interioridad de los personajes.
Se ha declarado un apasionado del fotorreportaje, ¿lo considera una influencia también en su escritura?
La fotografía es el medio artístico que me ha dado las emociones más inmediatas. Me ha sucedido que empiezo a llorar al ver una foto; en cambio en la literatura nunca estoy seguro de que los lectores reciban exactamente la imagen que quiero enviar.
En Pornographia, su tercera novela, trabajó con un fotógrafo…
Sí, es una historia que sucede en una ciudad tropical, fantasmagórica, a la que el protagonista vuelve tras varios años de exilio, para el entierro de su madre. Esto lo lleva a una deambulación onírica por la ciudad. Creo que es mi libro más poético y subversivo. Lo trabajé con Antoine d’Agata, un fotógrafo de la agencia Magnum. La traducción al español, publicada por Cabaret Voltaire, reunió texto y fotografías.
Usted también es reconocido en Francia por militar en favor de los derechos de los animales…
Crecí en el campo, cerca de ellos y fascinado por ellos. De niño sentía mucho afecto por los que son despreciados: las serpientes, las arañas, los cerdos. Eran un espejo para mí, sentía un parentesco con ellos porque fui un niño particular, marginado por los otros niños. El afecto siempre ha estado presente, pero la pregunta sobre su bienestar llegó mucho más adelante.
¿Cuándo llegó?
Cuando estaba escribiendo Reino animal, mi última novela. Deseaba hacer una saga familiar y volver al dispositivo narrativo de La sal, mi segundo libro, que gira alrededor de una familia que se va a reunir a cenar y a la vez que todos recuerdan su trayectoria personal se va haciendo evidente cómo la violencia se transmite de generación en generación. Visité criaderos de cerdos y descubrí ese mundo, que es de una violencia absoluta y que me sirvió como metáfora de la locura del hombre, del sufrimiento animal y humano, y de la necesidad del hombre de dominar la naturaleza. A partir de ahí tomé la decisión ética y moral de intentar aliviar en algo ese sufrimiento, sacrificando mi placer personal de comer carne. Eso cambió mi relación con los animales y con el mundo.
¿En qué medida?
Tengo la impresión de que hago algo porque este mundo sea un poco menos violento.
¿Es usted un idealista?
Un idealista pesimista. Soy muy pesimista. Me parece que nuestra humanidad está jodida porque no creo que vayamos a tomar conciencia para salvar el planeta y nuestra civilización. La única alternativa es ser idealistas, comprometernos con algo e intentar luchar y defender ideales, aunque sepamos que ya es muy tarde.
Por Melissa Serrato
Para LECTURAS
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