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Editorial

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Mi querido Club de Golf Dos Bocas

Fernando de Buen

Soy socio del Club de Golf Dos Bocas, en Paraíso, Tabasco. Hasta hace poco más de dos años, nuestro Club funcionaba razonablemente bien. Nunca estuvo exento de algunas locuras o veleidades de consejos de administración que impusieron su interés en obras o remodelaciones de cuestionable utilidad sobre aquellas de primera necesidad. Hubo casos donde se eligió utilizar el poco presupuesto disponible para reconstruir el restaurante, en lugar de cambiar el sistema de riego del campo: otros, donde se prefirió cambiar los equipos del gimnasio —con apenas tres años de uso— en vez de renovar la cocina, indispensable para atender a los socios que constantemente comemos allí. Y sí, también hubo penosos actos de corrupción. Había cosas buenas, no tan buenas y algunas malas, pero el club funcionaba generalmente bien y, cuando dejaba de hacerlo, los socios nos hacíamos escuchar y al Consejo no le quedaba más remedio que invitarnos a la mesa a discutir los puntos en conflicto; si no respondían favorablemente, la membresía les cobraba la afrenta en la siguiente elección.

Uno de los socios que más se hizo escuchar en los últimos años —y que siempre aspiró a ganar la presidencia del Consejo directivo—, aprovechó una serie de errores graves de los últimos tres presidentes —en especial el último— y, a pesar de no contar con un conocimiento suficiente en temas como economía, agronomía o administración, aparte de no gozar de la simpatía de muchos accionistas, tuvo un apoyo sin precedentes en la pasada elección y obtuvo la presidencia, casi por aclamación. Cosa extraña y muy poco común en nuestro Club, los asistentes celebraron como si hubiéramos ganado el Interclubes de la región. Aún quienes no simpatizábamos con el nuevo dirigente, creíamos que su tesón por buscar la presidencia era su profundo amor por el Club y que pondría todo su empeño en sacarlo adelante.

Comenzó cancelando un enorme proyecto —costoso, pero de gran utilidad— consistente en la construcción de un gran estacionamiento de varios niveles, que permitiera a los asistentes asegurar un lugar con sombra y acceso a diversas partes de las instalaciones. Esgrimió para justificarse, que había realizado una encuesta en la que supuestamente participó menos del 1% de la membresía y que se había elegido cancelar el proyecto. De su costo ya se había destinado el 50% y el resto se conseguiría con la tarifa de cada auto al entrar al inmueble, lo que no requeriría de una cuota extraordinaria de los socios. La verdad, sonaba bien y era urgente llevar a cabo dicha obra, pues el estacionamiento con el que contamos es para 50 vehículos y somos más de 500 socios. En cambio, inició la construcción de uno para 100 autos, a tres kilómetros del acceso principal. Encargó su construcción a los guardias de seguridad del Club, a pesar de su inexperiencia.

Como obra cumbre, el flamante presidente decidió desde su primer discurso que había que invertir el dinero en un monumento: una estatua de Morelos, Hidalgo, Juárez (con la bandera), Madero y Cárdenas (Lázaro, que no Cuauhtémoc), en la glorieta de acceso a la entrada principal, que lucía entonces una jardinera muy bella.

En cada división del Club asignó a sus más allegados, pero en forma algo extraña, pues los nombró declarando públicamente que prefería su honestidad a su capacidad. Destacó entre sus elegidos un socio a quien asignó un importantísimo encargo, a pesar de que en sus antecedentes figuraban varios fraudes llevados a cabo en administraciones anteriores y que su inmensa riqueza bien pudo ser producto de estos actos deleznables.

Por supuesto, surgieron muy pronto las consecuencias del manejo cuestionable de estas áreas y cada una comenzó a presentar fallas que pasaron muy pronto de las nimias a las intolerables. Una utilísima guardería infantil —para que las mamás pudieran encargar a sus hijos mientras jugaban golf—, así como la enfermería, con todo y el médico de guardia, que en años anteriores llegaron a presentar fallas que pudieron resolverse con un mínimo esfuerzo, fueron clausuradas de golpe y el presupuesto reasignado a la obra de la glorieta.

Lo mismo sucedió después con los Comités de Auditoría, de Atención a Socios, el de Infantiles-Juveniles, el de Damas y hasta el Comité de Golf, aduciendo que resultaban carísimos, que no eran esenciales y que la gerencia podía encargarse de todas esas tareas. El presupuesto, obviamente, se sumó al de las estatuas.

Al presidente se le ocurrió también que ya no utilizaría el tablero de avisos y el correo electrónico para comunicarse con la membresía y que tendríamos que escuchar sus peroratas en el restaurante principal, donde cada mañana, de lunes a viernes, desde un atril con el escudo de Golf Dos Bocas (nombre coloquial del Club), informaría los pormenores del trabajo de su administración. Varios socios le tomaron la palabra y empezaron a cuestionarlo con seriedad acerca de sus actos de gobierno, por lo que su consejero de Comunicación decidió recortar el aforo y asignar todos los lugares a socios incondicionales que cada mañana reciben gratuitamente un café y una deliciosa concha, con o sin nata. El misterioso encargado les entrega las preguntas antes de iniciar la rutinaria conferencia, que puede extenderse más allá de dos horas.

Otra de sus extrañas ocurrencias fue la solución que propuso para reparar el sistema de calderas. Con los tanques de gas a punto de quedar inservibles, la propuesta que se venía manejando consistía en crear un sistema de captadores solares en los techos —el astro rey tiene una gran presencia en la región— para que alimentaran a la caldera, con la posibilidad de utilizar gas en caso de insuficiencia. Ante esto, nuestro presidente no aceptó la propuesta del parque solar, tampoco de cambiar los tanques por nuevos y, en cambio, inició la construcción de una nueva caldera alimentada por leña, aprovechando que hay muchos árboles en la zona y, en el peor de los casos, se podría proceder a la tala de los del Club.

Pero, ¿cómo se le ocurre talar los árboles del campo de golf? Ante la pregunta de cada vez más socios, finalmente, el presidente accedió a responder en una mañanera: «No hay nada más importante en nuestro país que el pueblo y al pueblo no le interesa el golf. Es por ello, que propondré a la asamblea que cerremos el campo y aprovechemos sus áreas verdes para construir un magnífico sistema de multifamiliares de interés social. Sé que a los conservadores y fifís no les gustará esta noticia, pero la llevaremos a cabo. ¡Me canso, ganso!» Dicho lo anterior, bajó del atril y se marchó a recorrer las poblaciones cercanas, para darse un baño de pueblo, ante el apoteósico aplauso de sus incondicionales.

Epílogo: ¿les sigo contando?

¿Quieres que siga platicándoles de mi precioso Club de Golf Dos Bocas? Hay mucho más que contar. El 6 de junio habrá Asamblea de accionistas y debemos estar atentos en defensa de nuestra institución. Avísame si publicamos la segunda parte (igual y hacemos una encuesta popular).

Un abrazo,

fdebuen@par7.mx

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