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Editorial

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El Club de Golf Dos Bocas no existe

Fernando de Buen

El lunes pasado escribí sobre «mi Club de Golf Dos Bocas» (aquí el enlace), en Paraíso, Tabasco. Creo que cometí un error al no informar con total claridad que tal club no existe y que todo el texto alusivo a su administración, no es más que una reflexión sobre lo que pasaría en cualquiera de nuestros clubes si fuera conducido en la misma forma que lo está siendo nuestro país. Aprovecho estas líneas para agradecer los correos que recibí como consecuencia de la citada columna. Es particularmente grato que mis queridos lectores se tomen el tiempo para escribirme y me compartan su punto de vista. También , por supuesto, a quienes me hicieron comentarios por otras vías.

Al utilizar ese hipotético club de golf como un microcosmos de México, pensé que sería fácil llamar a la comunidad alrededor de Par 7 a reflexionar sobre lo que está pasando en el país, aunque todos estamos sufriendo las consecuencias de ello desde hace un buen tiempo.

Llegué a pensar que si el artículo tenía la mejor aceptación, habría una parte 2 mencionando algunas otras de las carencias que sufriría el club que imaginé, como el cierre del restaurante y cafeterías, invitando a los socios a degustar las delicias gastronómicas vernáculas en los puestos ambulantes afuera del inmueble y, con eso, dar trabajo al pueblo bueno. También llegó el día en que el presidente de Golf Dos Bocas decidió dividir el fairway de la mesa de salida al green en tres hoyos, para que pudiera construir la vía de un trenecito que cruzara el campo de un lado al otro.

Es cierto que nuestra nación requería de un cambio radical, tras doce años panistas de alternancia que no resolvieron satisfactoriamente una buena cantidad de asuntos urgentes y seis más con un gobierno priista que llevó la corrupción a niveles sin precedentes. Andrés Manuel podía significar un giro con el que muchos no estábamos de acuerdo —lo voté para jefe de Gobierno y me arrepentí desde los primeros días—, pero era válido que una gran mayoría depositara su confianza en él para corregir las cada vez más grandes carencias del país; en otras palabras, validar el beneficio de la duda. Treinta millones pensaron así y es absurdo culparlos por ejercer la esperanza, uno de los pocos derechos que ni el más tirano nos puede arrebatar.

Somos un país ejemplar en términos de solidaridad con nuestros semejantes. Eso ha quedado demostrado en tragedias como los terremotos de 1985 y 2017, entre muchas otras. La sociedad civil siempre ha entrado al quite cuando los gobiernos son rebasados por la realidad; pensar que lo que pasa hoy en México no es una tragedia mucho peor que los citados terremotos, es no tener noción del alcance de la calamidad que tenemos encima.

Es tiempo de pensar en los diez millones de mexicanos que en los dos últimos años han engrosado las filas de la pobreza, como consecuencia de una administración que ya estaba en pésimas condiciones, aún antes de la pandemia; es tiempo de limitar los poderes casi plenipotenciarios de un jefe de Estado que quiere quitar de una vez por todas, el «casi» de la ecuación; es tiempo de volver a ver a México como el país de todos y no aborrecernos por nuestras diferencias políticas o ideológicas; es tiempo de cuidar a la naturaleza, al medio ambiente y a nosotros mismos, evitando que las energías sucias promovidas por el primer mandatario terminen matándonos por contaminación; es tiempo de levantar la economía, recuperar la confianza de inversionistas nacionales y extranjeros, así como de mejorar los ingresos de nuestra gente, que de nada sirve aumentar salarios por un lado, mientras se cancelan los servicios que da el país por el otro; es tiempo de rescatar guarderías, servicios de salud y el Seguro Popular; es tiempo de responder a las más de 50 000 afirmaciones no verdaderas acumuladas tras poco menos de dos años y medio de mañaneras (datos de Spin en este enlace), 20 000 más que Trump en sus cuatro años como presidente; es tiempo de evitar que la sinrazón se apropie de los tres poderes del Estado y que aniquile a los organismos que defienden a la democracia y a la población, como el INE, el INAI o la CNDH; es tiempo —insisto— de evitar la autocracia, la tiranía y los sueños de reelección de quien, evidentemente, ha perdido la brújula.

Volviendo al tema del Golf Dos Bocas, espero que haya quedado aclarado que tú, yo y todos los mexicanos somos socios de este club con extensión de 2 millones de km2, que buscamos que sea un espacio de armonía donde podamos saludar y convivir en cualquier mesa del Hoyo 19 o del restaurante; donde la cortesía es mandato y la amabilidad convicción; donde la comunidad confía en sus autoridades porque se ganaron el privilegio de convertirse en ellas, con base en su experiencia y prestigio; donde la corrupción no cabe y, si aparece, debe ser castigada en forma fulminante. Golf Dos Bocas es nuestro México, que debe ser rescatado de las aviesas intenciones de convertirlo en carroña de los buitres que lo acechan para destruirlo en aras de complacer al Nerón de turno.

No estoy afirmando que, tras las próximas elecciones, aunque haya una victoria aplastante de la oposición —cosa que seguramente no sucederá por la fuerza de Morena y su permanente compra de votos—, se solucionará todo lo mencionado líneas arriba. Solo podremos detener el progreso de la descomposición del país, que ya es bastante y es todo a lo que podemos aspirar.

El 6 de junio podremos consolidar una solución. Está en ti, en mí y en todos luchar por conseguirla. No necesito decirte lo que debes hacer, lo sabes sobradamente.

fdebuen@par7.mx

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