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Editorial

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La suerte y el golf

Fernando de Buen

«Mientras más duro trabajas, más afortunado te vuelves.»

Jerry Barber. 

La frase con la que inicia este artículo, reminiscencia y solo eso, de uno que escribí en 2009, se ha prestado a múltiples confusiones con respecto a su autoría. Quien más se ha beneficiado de estas ha sido el legendario golfista sudafricano Gary Player, quien aprovechó la frase para hacerla suya, de acuerdo con una entrevista que le concedió a Golf Digest en 2002. También la utilizaron otras leyendas como Lee Treviño (1969), Hubie Green (1981) y Arnold Palmer (1984), entre muchos otros, dentro y fuera del golf. Lo que olvidó Player en su entrevista, es que él mismo, en 1962, en su libro Gary Player's Golf Secrets, le concedió el crédito a Jerry Barber de la inmortal frase, misma que me permitiré citar:

«En una ocasión, Jerry Barber, un gran jugador desde el búnker, estaba practicando tiros. Golpeó uno cerca de la bandera. El siguiente lo embocó.

Una persona que observaba a Jerry, le dijo: “¡Vaya!, seguro eres un afortunado jugador desde el búnker”.

“Sí, lo sé —replicó Jerry—. Y mientras más practico más suerte tengo”.»

Pero dos años antes, una crónica de un torneo en Yorba Linda, California, menciona lo siguiente, acerca del propio Barber, donde aparece por primera vez la frase real que desembocó en las variantes que se usaron a través del tiempo:

«El diminuto golfista de Los Angeles (Barber) embocó un putt desde 15 pies en el segundo hoyo para un birdie-3, y uno desde 20 pies en el octavo para un birdie-2.

“Mientras más duro trabajas —respondió el golfista de 134 libras—, más afortunado te vuelves”.»

Dejando atrás la historia de la famosa frase, es inevitable el rol que la suerte juega en el golf, ya sea en forma virtual o real. Es común que en cada foursome —que así le llamamos al grupo del fin de semana, aunque sea threesome o fivesome—, hay los suertudos y los salados. Casi siempre, valga la coincidencia, salen ganando los primeros y no, no es porque Dios les regale el don de la fortuna, sino por la mentalidad que aplican ante cada circunstancia.

Golpes malos los habrá siempre y no ha llegado a los anales históricos la ronda perfecta. Decía el gran Walter Hagen —uno de los mejores golfistas de la historia y el amo indiscutible del match play—, que él esperaba ejecutar siete tiros malos en una ronda y, por tanto, su trabajo consistía en desarrollar la creatividad y el talento para salir del problema con daños mínimos o sin ellos. Y si Hagen hablaba de siete golpes defectuosos y aun así se las arreglaba para tirar bajo par, ¿cuántos podríamos estimar para nuestras rondas los golfistas de fin de semana?, ¿quince, acaso veinte? Eso significa que muy probablemente haremos uno o más tiros imperfectos en cada hoyo y que tendremos que estar preparados mentalmente para aceptar nuestras limitaciones y siempre atentos a las soluciones que disminuyan los daños. No olvidemos que cada uno de los jugadores del grupo tendrá su cuota y, si no los presionamos manteniéndonos a la caza de sus propios yerros y, en cambio, sucumbimos a nuestras aspiraciones a ganar el hoyo tras un mal golpe de salida, cuando ellos fallen será demasiado tarde.

Otra de las causas indiscutibles de la aparición de la mala suerte en el golf, se debe a la búsqueda de golpes milagro, aquellos que buscamos ejecutar para salir del atolladero corriendo riesgos que superan por mucho a nuestra capacidad, como podría ser el buscar el hueco elevado entre los árboles a 50 yardas de nuestra bola, como la solución ideal para intentar rescatar el par, tras una mala salida. ¿Cuántos de nosotros no hemos maldecido a la suerte, porque la bola salió impecablemente golpeada y la mugrosa última ramita del hueco fue la que la desvió, cuando ya había superado el 90% del trayecto? Quizá olvidamos que la ramita siempre estuvo allí y que era parte del desafío. ¿Habría sido diferente el resultado si hubiera golpeado otra cosa al inicio de su ruta? Probablemente no y el resultado habría sido semejante o hasta mejor. Habremos ejecutado los subsecuentes enojados, frustrados y preguntándonos por qué no le hicimos caso al caddie que nos insistió que mejor sacáramos la bola al fairway en forma lateral y buscar el bogey. Por supuesto, el peor de los corajes llegará cuando nuestro rival falle en su tercero y cuarto tiros, pero ya no le importará, porque habremos de terminar el hoyo con ocho o nueve impactos y nos habrá de ganar de cualquier manera.

Ahora bien, hay días en los que la suerte, la de a deveras, juega un rol preponderante en una ronda de golf, y en una o más ocasiones el trayecto de la bola, tras el impacto con la piedra o el árbol, elige el peor de los escenarios. Aquí habremos de preguntarnos si la cantidad de improperios que lanzamos a los vientos tras el desaguisado, es inversamente proporcional a los agradecimientos que expresamos cuando la diosa Fortuna nos sonríe.

Ahora bien, ¿cómo combatir a la mala suerte? Con una mente positiva y nada más. Es tener siempre en mente que los golpes malos no son otra cosa que constantes en la estadística de cada golfista y que nadie se salva de ellos. Que es más productivo estar preparados y al alcance del contrario cuando cometa un error, que evitar que lleguen los nuestros.

Finalizo con un consejo del Dr. Alejandro Gómez Cortés, experto psicoterapeuta que nos obsequió por años interesantísimos artículos en nuestro Par 7 impreso. Alejandro siempre recomienda que cuando lleguemos a un punto en el campo de golf que nos recuerda un evento negativo, tengamos la capacidad de borrar esa pantalla mental y sustituirla con cualquier otra positiva del pasado, que reproduzca el golpe que necesitamos para ejecutarlo con la actitud adecuada. Con toda razón, el Dr. Gómez afirma que «… los pensamientos negativos siempre contraen los músculos, e intentar pegar a una bola bajo esas circunstancias podría tener funestas consecuencias».

Bendita o maldita, la suerte, en cualquiera de sus formas, siempre estará en el golf. De nosotros y de nadie más dependerá su causalidad.

fdebuen@par7.mx

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